Nuevamente se escribe en la prensa y en otros medios acerca de Este maldito país... esta vez son Catalina León, en El Telégrafo del día 12 de mayo, y Claudia Reyes desde Chile.
Aquí los textos:
Historias e identidades
Catalina León.
¿Quiénes y cómo somos los ecuatorianos y ecuatorianas? Se pregunta Juan Martín Cueva, en su último documental Este maldito país. Se deslizan en la pantalla rostros y testimonios, procedencias plurales, fenotipos diversos, semillas de gentes de todas partes: el Lejano Oriente, el Mediterráneo oriental y occidental, herederos de los amores de negros e indias, homosexuales, descendientes de los pueblos originarios, intelectuales de piel oscura que revientan el estereotipo del sabio encanecido, de sexo masculino e ineludiblemente europeo. Vemos al mestizaje hispano-nativo, sin el cual es inconcebible la ecuatorianidad, y vemos también a compatriotas en la diáspora en pos del sueño que fuera negado por esta patria, la madrastra-que-arrastra.
La policromía captada por la sensibilidad de Cueva dista de la monotonía que hasta hace poco inculcaba el discurso oficial, reduciendo la ecuatorianidad al europeizante matiz “blanco-mestizo”. Los otros, los “negros”, los indios y muchas otras mezclas fenotípicas y culturales, cuyos nombres fueron proscritos, ocupaban un silencioso rincón en los relatos escritos, visuales y sonoros de la nación. Así, la nación ecuatoriana emergió con una historia cercenada, sobre una multitud de hijos e hijas del viento.
“Lo ecuatoriano tiene diversos efectos térmicos: de la selva, del magnetismo oceánico...”
Me ha conmovido la respuesta de Cueva a la añeja interrogación. El Ecuador crece con todos los colores de lo humano, con historias de dolor y generosidad, de amores que vencen las distancias, con voluntades que derrotan al destino y las prisiones, con la magia de las músicas que vibran en nuestros pueblos, entre la marimba y Bach. Historias que germinan en la selva, en el mar, en el páramo, en las florecientes riberas de nuestro Litoral. Lo ecuatoriano, entonces, se ve y se dice de muchas maneras, despide muchos aromas, trae a flor de piel las más diversas sensaciones térmicas: de la selva, de los valles y montañas y del magnetismo oceánico, de todo aquello que hace del Ecuador un país increíble. Los ecuatorianos y ecuatorianas somos todo eso, nos dice Juan Martín, una Babel de sueños y frustraciones, de injusticias, de formas de sentir la vida. Una Babel que nos duele: ¡Este maldito país! ¿Cómo fundirlo todo en el mismo crisol? ¿Y cómo se explican, ahí, la pobreza extrema y la ostentación, el conformismo y el exilio económico de millones, la diáspora de la orfandad?
Se me ocurre -¿o me lo sugiere Cueva?- nuestras heridas sanarán solamente, cuando podamos reconocer nuestra ascendencia diversa, “impura” y brillar con ella; cuando la alegría sea una posibilidad al alcance de todos y todos tengan derecho al orgullo, al recuerdo de sus voces ancestrales, a sus cuerpos; cuando nadie se avergüence de la sonoridad de su lengua madre.
Esta obra de Cueva es inquietante, inesperada y sin respuestas definitivas, un homenaje que brinda su autor a todos y todas. Se estrenará la obra muy pronto, en los “Encuentros del Otro Cine”, el cine reflexivo que busca las claves para la ciudadanía y para trascender e inventar formas nuevas y democráticas de ser nación.
Este Maldito País, un documental de Juan Martín Cueva
Claudia Reyes García
Si el hombre es lenguaje como sugiere Maturana, Este Maldito País es un poema de humanismo.
El cine para mi aún tiene que ver con el ritual de ir a una sala a ver la película escogida, ojalá un domingo de tarde y con la sobremesa del filme aguardando en un café o un bar. Pocas veces, como está, desempolvo mi DVD e inserto un disco compacto. Lo hago porque el director de la película fue amigo de adolescencia en ese “maldito país”. Porque ha sido gentil y generoso en enviarme una copia de su trabajo. Porque el pasado es, de alguna manera y tal como lo expresa Este Maldito País, lo único real que poseemos, aunque no pocas veces intentemos resistirnos a ese estigma de la vida de nosotros mismos y de los pueblos.
Ya he leído algunas críticas sobre este documental, todas muy buenas, carentes de “peros”, ausentes de “no obstantes” y liberadas de “sin embargos”. Bastante más adjetivizadas que sustantivas, es decir desbordantes de halagos. Este antecedente me inquieta, ¿qué tal si no concuerdo, si encuentro argumentos en contra de la tendencia del aplauso cerrado y de los honores rendidos? Me atraparía la obligada buena crianza de decir coloquialmente “que chévere tu docu, suerte y gracias”.
Veo Este Maldito país no una sino dos veces. La primera es tanto un profundo goce como un gran alivio. Es un excelente documental y para mi fortuna –la que comparto con todos quienes le ven- es intensamente literario. Desde esa premisa puedo explayarme a raudales iniciando por una propia interpretación del título. Maldito, en calidad de sustantivo en lugar de adjetivo, deja de ser una blasfemia y se convierte en un amor desbocado, en una incógnita que va revelándose y adquiriendo sentido de inmediato. Juan Martín Cueva ha producido una sucesión de relatos breves, interpretados por los propios protagonistas, no hay actores en el sentido clásico. Su documental es de de buena factura, sonido y sencilla pero suficiente y encantadora fotografía.
El cuestionar, cediendo a otros esa tarea, pienso que es la matriz de la trama. La búsqueda de la respuesta a la pregunta “qué significa ser ecuatoriano” está siempre presente, sin embargo, se van tejiendo historias que, sin separarse de esa línea argumental, abren espacios nuevos a la emoción.
No enumeré las personas - pues aquí no hay personajes maqueteados sino que testimonios espontáneos- que integran un perfecto racimo de distintas identidades, culturas, historias, orígenes, mestizajes, que en una visión global otorgan luces, no tanto en el sentido de la respuesta a qué significa ser ecuatoriano, sino más bien cada una en su independencia, de raza, de tiempo, de color, contribuye con una posición, muchas veces antagónica entre ellas, de su propia búsqueda y/o aceptación de su origen e identidad.
Como chasquis, en una sucesión de relevos coloridos, de rostros de trajes, desde indígenas hasta negros, intercalados por inmigrantes, sin generalizar sino que relatando singularmente su historia, convocan al espectador a armar su propio puzle.
Hay una armonía entre los espacios abiertos, tomas al aire libre, y locaciones cerradas, también entre los tiempos editados a cada uno de los protagonistas convocados a participar en esta producción. De esta manera se observa el espíritu democrático de Juan Martín Cueva plasmado en su obra. Tal como su huella literaria.
Comparto y me sumo a los aplausos de pie y a los honores que le prodigan los comentarios leídos.
Entiendo -y hasta envidio- esta búsqueda del sentido de pertenencia a una historia, a un territorio, desde las más diversas variables culturales y raciales. Amé (y amo) profundamente ese maldito país -de mi maldita adolescencia- lleno de variables, de contradicciones, de paisajes e identidades. Relevarlas, recordarlas, ponerlas en valor, construir un espacio de encanto y de reflexión, con todos o casi todos sus matices, sus contrasentidos y exponerlos en un excelente trabajo audiovisual, de tiempo, diálogos, inflexiones, fotografía y, naturalmente, poesía, es tremendamente significativo, no solo para los que intentan definir qué significa ser ecuatoriano, y que en ese intento han transitado desde el más profundo arraigo hasta la más sentida desesperanza, si no que para los espectadores allende sus límites, que sin la tarea de buscar entre los hijos del sol nuestros orígenes, podemos disfrutar liberados de toda angustia -o atrapados en ella- tan bella poesía humana de Este Maldito País.
Claudia Reyes García
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