A propósito de la mutilación del título de "Este maldito país" en la TV pública ecuatoriana, una nota de César Ricaurte aparecida en el diario HOY del 8 de julio de 2009.
De tropezón en tropezón
Por César Ricaurte
Crítico de TV
No es la primera vez que Ecuador TV y el cine independiente ecuatoriano tienen líos. Hace meses ya hubo una polémica por las emisiones de algunas películas sin los debidos permisos de los autores, quejas por mutilaciones e incluso reclamos por los cortes en los créditos.
Así que, lamentablemente, lo sucedido hace más de una semana con el documental Este maldito país de Juan Martín Cueva es el penúltimo despropósito de una larga sucesión de ellos. Para quienes aún no lo sepan, Ecuador TV decidió emitir el trabajo mencionado censurando su título para reducirlo a Este país.¿Qué es lo que pasa en Ecuador TV? ¿Por qué no logra arrancar como un verdadero proyecto de TV pública? A lo sumo se contentan con un "somos menos malos que los demás canales" y un "tenemos programación para niños". Lo cual sabe inevitablemente a muy poco. Revisemos más: este domingo, RTU retransmitía las imágenes en vivo del intento de regreso de Manuel Zelaya a Tegucigalpa, provistas por Telesur y CNN en Español. ¿Qué pasaba con Ecuador TV? Pues emitían un programa de entretenimiento. El problema, como siempre, no está en las sábanas. El asunto es que Ecuador TV nació sin proyecto. Nació sin un estatuto de funcionamiento que garantizara libertad de gestión, claridad jurídica, línea editorial independiente y en este año, las cosas se han deteriorado, en lugar de mejorar. En lugar de atender al criterio de respeto por una obra y por su autor se atiende a una moralidad tan limitada que considera inapropiada una palabra como "maldito".
Hora GMT: 08/Julio/2009 - 05:02
jueves, 16 de julio de 2009
sábado, 4 de julio de 2009
Mauro Cerbino: "Inquisición pública"
Tomada de la edición impresa de El Telégrafo del 05 de julio del 2009
Inquisición pública
Inquisición pública
Mauro Cerbino
De mal en peor. No solo no hay una discusión seria sobre los significados de la televisión pública al interior del medio y en el país, sino que se consolida una postura según la cual hacer televisión pública es ejercer el control sobre los contenidos que se emiten. Este control ni siquiera se parece a la actitud de lo “políticamente correcto” que vuelve apática cualquier discusión. Tiene más bien el carácter de una censura al estilo de aquellas perpetradas por regímenes que hacen del fanatismo moral un norte para tomar decisiones discriminatorias que atentan contra los más mínimos principios de equidad.
Indignación es lo que me produce el haberme enterado de que EcuadorTV, un proyecto de comunicación al que muchos hemos apostado para “sanear” el pantano televisivo existente desde hace 40 años, censura contenidos que considera no acordes con su “política institucional”. Me refiero a la amputación (término que da escalofrío) del título del documental de Juan Martín Cueva Este Maldito País que quedó reducido a “Este País”.
¿Y cuáles son los argumentos? Los directivos se remiten a decisiones tomadas por un inefable comité de programación que tiene el deber de hacer respetar el criterio según el cual “no se pueden presentar títulos o contenidos donde se ofenda la susceptibilidad, creencias, idiosincrasias y valores de la teleaudiencia”. ¡Vaya argucia! Los miembros de este comité tienen una idea (que no es conocimiento) muy extraña sobre la “teleaudiencia” (denominada así adquiere el significado de una masa uniforme y compacta), porque piensan que le afectarían las “malas palabras” o le ofenderían las imágenes de cuerpos desnudos. Esos defensores de la “moralidad pública”, expresión que recuerda las peores actitudes inquisitorias, se arrogan el derecho de definir de antemano qué pueden o no ver los indefensos e infantilizados televidentes, cuando, con menos hipocresía, podrían preguntarse si es dable la mutilación de obras cinematográficas que lo que pretenden es -más allá de la calificación que podamos darles- despertar el interés y fomentar la reflexión sobre algún tema de naturaleza pública. Es imposible no relacionar estas censuras con las mutilaciones y ocultamientos que la Iglesia Católica ha realizado en el pasado (y en el presente) en diferentes obras. Los velos a las pinturas o las amputaciones del órgano masculino de las esculturas son un ejemplo tristemente famoso.
No quiero una televisión así. Que confunde interés común con moralina. Que con el pretexto de salvaguardar a los televidentes (que desconoce) cae en los mismos errores que cometen los medios privados que escudándose en una “línea editorial” discriminan contenidos no “convenientes”. Que el comité de programación y los directivos del canal se dediquen más a renovar lenguajes y estéticas televisivas, que promuevan la pluralidad acogiendo expresiones de quienes nunca hablaron en los medios, que fomenten una mayor y más diversa generación de contenidos propios y no de enlatados adquiridos en las ferias de Miami que vienen con el membrete “para medios públicos”. Que dejen en paz los contenidos de obras de ficción que falta nos hacen para pensar el país, el que fuere, el que podamos definir como queramos, sin censuras.
De mal en peor. No solo no hay una discusión seria sobre los significados de la televisión pública al interior del medio y en el país, sino que se consolida una postura según la cual hacer televisión pública es ejercer el control sobre los contenidos que se emiten. Este control ni siquiera se parece a la actitud de lo “políticamente correcto” que vuelve apática cualquier discusión. Tiene más bien el carácter de una censura al estilo de aquellas perpetradas por regímenes que hacen del fanatismo moral un norte para tomar decisiones discriminatorias que atentan contra los más mínimos principios de equidad.
Indignación es lo que me produce el haberme enterado de que EcuadorTV, un proyecto de comunicación al que muchos hemos apostado para “sanear” el pantano televisivo existente desde hace 40 años, censura contenidos que considera no acordes con su “política institucional”. Me refiero a la amputación (término que da escalofrío) del título del documental de Juan Martín Cueva Este Maldito País que quedó reducido a “Este País”.
¿Y cuáles son los argumentos? Los directivos se remiten a decisiones tomadas por un inefable comité de programación que tiene el deber de hacer respetar el criterio según el cual “no se pueden presentar títulos o contenidos donde se ofenda la susceptibilidad, creencias, idiosincrasias y valores de la teleaudiencia”. ¡Vaya argucia! Los miembros de este comité tienen una idea (que no es conocimiento) muy extraña sobre la “teleaudiencia” (denominada así adquiere el significado de una masa uniforme y compacta), porque piensan que le afectarían las “malas palabras” o le ofenderían las imágenes de cuerpos desnudos. Esos defensores de la “moralidad pública”, expresión que recuerda las peores actitudes inquisitorias, se arrogan el derecho de definir de antemano qué pueden o no ver los indefensos e infantilizados televidentes, cuando, con menos hipocresía, podrían preguntarse si es dable la mutilación de obras cinematográficas que lo que pretenden es -más allá de la calificación que podamos darles- despertar el interés y fomentar la reflexión sobre algún tema de naturaleza pública. Es imposible no relacionar estas censuras con las mutilaciones y ocultamientos que la Iglesia Católica ha realizado en el pasado (y en el presente) en diferentes obras. Los velos a las pinturas o las amputaciones del órgano masculino de las esculturas son un ejemplo tristemente famoso.
No quiero una televisión así. Que confunde interés común con moralina. Que con el pretexto de salvaguardar a los televidentes (que desconoce) cae en los mismos errores que cometen los medios privados que escudándose en una “línea editorial” discriminan contenidos no “convenientes”. Que el comité de programación y los directivos del canal se dediquen más a renovar lenguajes y estéticas televisivas, que promuevan la pluralidad acogiendo expresiones de quienes nunca hablaron en los medios, que fomenten una mayor y más diversa generación de contenidos propios y no de enlatados adquiridos en las ferias de Miami que vienen con el membrete “para medios públicos”. Que dejen en paz los contenidos de obras de ficción que falta nos hacen para pensar el país, el que fuere, el que podamos definir como queramos, sin censuras.
Nuevo artículo de prensa...
... sobre la TV Pública, reflexión de Santiago Zucko Rosero aparecida hoy en El Telégrafo.
Tomada de la edición impresa del 04 de julio del 2009
De lo público, poco
Santiago Rosero
En las charlas sobre Cultura y Transformación Social que se desarrollaron la semana pasada en la FLACSO y la USFQ, participaron, entre otros ponentes, el sociólogo venezolano Tulio Hernández y el académico estadounidense George Yudice.
Tomada de la edición impresa del 04 de julio del 2009
De lo público, poco
Santiago Rosero
En las charlas sobre Cultura y Transformación Social que se desarrollaron la semana pasada en la FLACSO y la USFQ, participaron, entre otros ponentes, el sociólogo venezolano Tulio Hernández y el académico estadounidense George Yudice.
Aterrizando en la actualidad de nuestro contexto, Yudice advirtió que en un escenario ideal el cierre de un canal de televisión serviría como catapulta para que en el espacio que sustituya al clausurado se incluyan contenidos de producción local y alternativa, entendiéndose esto como una apertura a la pluralidad de la información, al incentivo de producción independiente y a la generación de una circulación de sentidos divergentes de los que se promueven con enlatados vanos sedientos de rating.
A esto, Tulio Hernández refutó argumentando que en Venezuela, tras el cierre de Radio Caracas Televisión, según investigaciones del Instituto de Estudios de la Comunicación, la inclusión de contenidos locales en el nuevo canal había decrecido en un 50 %.
Yudice precisó que lo expresado no se trataba de una garantía per se sino de una condición de posibilidad. Que era eso o el eterno encontronazo con los medios privados que ante todo evalúan la potencialidad económica de los productos mediáticos, pero en ningún caso una garantía definitiva.
La condición de posibilidad, en su desarrollo, aparte de valerse de una plataforma tecnológica disponible, tendría que venir incentivada por el diseño de una política que por fuera de la política establezca marcos que promuevan y protejan la producción local y alternativa, donde lo alternativo debiera estar dirigido más a una disputa de espacios y de construcción de sentidos antes que a una alternancia con, o peor a una continuidad de lo establecido.
Si bien el de Ecuador TV no es el caso de un canal que vino a sustituir uno cerrado, sí es –o al menos se concibió así en el ideal- el esfuerzo por instalar televisión pública en el país. Sin embargo, el fundamento de lo público en aras de promover la producción local y de potenciar la visibilización de sujetos, procesos y discursos por tradición excluidos, dista mucho de verse efectivizado en su gestión. Y no solamente que la noción de lo público adolece de fortaleza sino que viejos vicios como la censura arbitraria han empezado a asentarse en sus parrillas programáticas. Ha pasado con trabajos de cineastas ecuatorianos: al cortometraje Pía, de Javier Andrade, además de haberlo transmitido sin su permiso, le amputaron las “malas palabras”; y hace poco, al documental Este maldito país, de Juan Martín Cueva, le cercenaron el adjetivo.
Junto al irrespeto que implica la alteración de una obra de autor sin su consentimiento, existe en el proceder de ECTV señales aún más preocupantes: la injerencia de una moralidad que parece querer congraciarse con algún tipo de susceptibilidad pública que ellos han delimitado. Las preguntas: ¿a quién o a qué responde esa moral que censura y coarta? ¿A nombre de quién habla el canal? ¿Qué entiende por público la línea editorial del canal público?
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