sábado, 4 de julio de 2009

Mauro Cerbino: "Inquisición pública"

Tomada de la edición impresa de El Telégrafo del 05 de julio del 2009

Inquisición pública





Mauro Cerbino

De mal en peor. No solo no hay una discusión seria sobre los significados de la televisión pública al interior del medio y en el país, sino que se consolida una postura según la cual hacer televisión pública es ejercer el control sobre los contenidos que se emiten. Este control ni siquiera se parece a la actitud de lo “políticamente correcto” que vuelve apática cualquier discusión. Tiene más bien el carácter de una censura al estilo de aquellas perpetradas por regímenes que hacen del fanatismo moral un norte para tomar decisiones discriminatorias que atentan contra los más mínimos principios de equidad.

Indignación es lo que me produce el haberme enterado de que EcuadorTV, un proyecto de comunicación al que muchos hemos apostado para “sanear” el pantano televisivo existente desde hace 40 años, censura contenidos que considera no acordes con su “política institucional”. Me refiero a la amputación (término que da escalofrío) del título del documental de Juan Martín Cueva Este Maldito País que quedó reducido a “Este País”.

¿Y cuáles son los argumentos? Los directivos se remiten a decisiones tomadas por un inefable comité de programación que tiene el deber de hacer respetar el criterio según el cual “no se pueden presentar títulos o contenidos donde se ofenda la susceptibilidad, creencias, idiosincrasias y valores de la teleaudiencia”. ¡Vaya argucia! Los miembros de este comité tienen una idea (que no es conocimiento) muy extraña sobre la “teleaudiencia” (denominada así adquiere el significado de una masa uniforme y compacta), porque piensan que le afectarían las “malas palabras” o le ofenderían las imágenes de cuerpos desnudos. Esos defensores de la “moralidad pública”, expresión que recuerda las peores actitudes inquisitorias, se arrogan el derecho de definir de antemano qué pueden o no ver los indefensos e infantilizados televidentes, cuando, con menos hipocresía, podrían preguntarse si es dable la mutilación de obras cinematográficas que lo que pretenden es -más allá de la calificación que podamos darles- despertar el interés y fomentar la reflexión sobre algún tema de naturaleza pública. Es imposible no relacionar estas censuras con las mutilaciones y ocultamientos que la Iglesia Católica ha realizado en el pasado (y en el presente) en diferentes obras. Los velos a las pinturas o las amputaciones del órgano masculino de las esculturas son un ejemplo tristemente famoso.

No quiero una televisión así. Que confunde interés común con moralina. Que con el pretexto de salvaguardar a los televidentes (que desconoce) cae en los mismos errores que cometen los medios privados que escudándose en una “línea editorial” discriminan contenidos no “convenientes”. Que el comité de programación y los directivos del canal se dediquen más a renovar lenguajes y estéticas televisivas, que promuevan la pluralidad acogiendo expresiones de quienes nunca hablaron en los medios, que fomenten una mayor y más diversa generación de contenidos propios y no de enlatados adquiridos en las ferias de Miami que vienen con el membrete “para medios públicos”. Que dejen en paz los contenidos de obras de ficción que falta nos hacen para pensar el país, el que fuere, el que podamos definir como queramos, sin censuras.

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