Tomada de la edición impresa del Diario El Telégrafo del 30 de junio del 2009
Este [maldito] país
Lucrecia Maldonado
lmaldonado@telegrafo.com.ec
Hay cosas que se tienen que censurar. El morbo. La estulticia. La pornografía en horario para todo público. La violencia sádica en ídem. La crónica roja sin reflexión. No se puede dejar que ciertas cosas (no tanto ideas: procedimientos, aberraciones, esos lados extremadamente oscuros y perturbadores de la condición humana) circulen por ahí, mostrándose impúdicamente ante gente que quizá no está preparada para enfrentarlas con madurez y criterio.
Pero de ahí a volverse Torquemadas de los microorganismos que pueden aparecer por ahí media una gran distancia. Personalmente, apoyo que se aplique la ley en casos como los de difundir noticias basadas en supuestos que finalmente pueden provocar conmoción social y fácil llevar al caos. Por lo menos que se llame la atención o se reconvenga con firmeza.
Pero cuando se arremete contra seriales como “Los Simpsons”, o cuando se ejerce la autocensura sin criterio, sí me quedo pensando un rato en hasta qué punto la regulación de los medios, mejor dicho, de lo que podemos ver y escuchar a través de ellos, tiene un sentido y una función social encaminados hacia el bien común y no como manera de saciar caprichos individuales, partidistas o lugares comunes de la moralina más barata y rastrera.
“En el caso citado, ‘maldito’ es una palabra que esconde rabia, decepción, pero también amor...”
Por ejemplo, el canal público Ecuador TV presenta el documental de Juan Martín Cueva “Este maldito país”. Pero deciden ‘amputarle’ el adjetivo. ¿Por qué? ¿Cuál es el criterio que opera en esta ‘selección’ lingüística? ¿Alguien le preguntó al autor del documental si estaba de acuerdo con el cambio? Es más… ¿Alguien le preguntó al autor por qué estaba ese adjetivo ahí, qué función, qué importancia tiene esa sola palabra dentro del nombre del documental?
Seguro que no. Alguien leyó la palabra ‘maldito’, la equipararon a descalificación e insulto y… ¡unas tijeras, pronto, de urgencia! Para peor, ese adjetivo estaba calificando a la sagrada palabra ‘país’. Y entonces, bueno, pasamos la película, apoyamos el cine nacional, el tan mentado ‘talento’ nacional, y respiramos en paz porque al mismo tiempo estamos defendiendo el sagrado concepto de ‘país’ del artero ataque del adjetivo ‘maldito’. En años de colegio se aprende (se debería aprender) a leer entre líneas. Se debería llegar a comprender que en el lenguaje connotativo es un pecado muy grave abordar las palabras y las expresiones desde su significado lineal sin atender a los matices y las variantes semánticas. ‘Maldito’, en el caso citado, es una palabra que esconde rabia, decepción, pero también amor y deseos de cambiar lo que nos enferma como sociedad e individuos. ¿Es tan difícil de comprender? ¿A quién hay que dibujarle una explicación que debería ser innecesaria? ¿Cómo se puede manejar algo tan grande como la difusión de las expresiones culturales de un país con el criterio maniqueísta de un niño al que le han aterrorizado desde el vientre materno con la posibilidad de los más atroces tormentos del infierno si estornuda en una iglesia? Antes que nada, creo que lo fundamental es abrir la mente y dejar de lado los cernidores que de pronto han comenzado a funcionar indiscriminadamente en este maldito país.
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