El Telégrafo / Cultura
17 de septiembre del 2008
Documental de Cueva habla del Otro
El documental, más que ser un ejercicio estético y audiovisual, pretende convertirse en un tratato socio-antropológico que ponga sobre la mesa una noción esquiva de identidad.
Lourdes Tibán nos sorprende. Ella se confiesa mestiza. La dirigente indígena, nacida en la comunidad Chirinche, provincia de Cotopaxi, dice frente a la cámara que su madre fue producto de una relación ilícita entre el patrón de una hacienda y su abuela. No da nombres, pero recalca que aquel terrateniente era de la rancia aristocracia.
Papá Roncón cuenta que pasó su infancia con los Chachis (comunidad indígena esmeraldeña) y ellos le enseñaron a tocar la marimba. ¿Quién sabía eso? ¿No era este instrumento parte de la cultura negra a la que Roncón pertenece? Sí, de hecho lo es. Un matrimonio mixto entre una japonesa y un indígena parecen minimizar sus diferencias culturales, en medio de una sociedad para la cual ambos son extranjeros. Ambos son el otro.
Este maldito país, el más reciente documental de Juan Martín Cueva, lanza reflexiones acerca de lo que construye nuestra identidad como ecuatorianos. “No hay un ecuatoriano modelo”, dice el director, luego de la primera proyección pública de su filme en Ecuador.
Ser el otro en una sociedad heterogénea no tiene una sola faz. Entre las diferencias etno-sociales y culturales de sociedades producto del mestizaje, todos somos susceptibles de ser el ajeno.
“Somos una cultura que no asume responsabilidades, siempre será la culpa del otro” dice Jorge Enrique Adoum, quien ayuda a construir, a través de sus testimonios y análisis, qué significa ser un mestizo. Él mismo es parte de ese producto social, en apariencia contradictorio: hijo de libaneses criado como ecuatoriano y perteneciente a una cultura andina de clase media.
No es raza, no es etnia, y lo es, a la vez. Cueva muestra, a lo largo de su documental, esa visión encontrada de ser varios y ninguno al mismo tiempo. Aquella catalogación colonial de blancos, indios y negros es inaplicable hoy en día, y sin embargo aún seguimos atravesados por esa estructura de orden. Ese orden oficial que saca promedios ficticios en los censos poblacionales.
“Nadie quiere decir que es indígena. Yo misma durante muchos años quise eliminar lo que había de indígena en mí”, dice Lourdes Tibán.
“En nuestro medio, que un negro o un indio reconozca sus debilidades, es políticamente correcto”, dice Cueva. Y por el contrario, el mea culpa a la inversa no lo es.
Este documental, más que ser un ejercicio estético y audiovisual, es un tratado socio-antropológico ligero, que lanza premisas y construye su dialéctica partiendo de una noción esquiva de identidad. Aquella que no es unívoca ni estable. Somos sociedades con identidades en construcción y la descolocación que aquello nos produce, genera un ambiente de incertidumbre.
Para Cueva, dentro de esa diversidad imposible, lo que nos une precisamente es el mestizaje, “que no es solo físico, sino cultural y social”. A la vez ese sincretismo cultural, lleno de traspasos y traslados, se traduce en una hibridez colectiva-universal. La pureza no existe. Y en ese sentido, el personaje del activista gay recuerda que vivimos en un mundo que cada vez más desvirtúa las subjetividades del sistema establecido.
Este maldito país tuvo un presupuesto de US$ 80.000, y fue producido por Televisión América Latina, una productora brasilera que realizó una convocatoria de proyectos documentales sobre identidad. Este es parte de una serie de documentales de distintas regiones, que se transmitirán por la red de televisiones públicas del Brasil.
Quizás debido a esto es que una de las mayores falencias del filme es el tono televisivo que tiene por momentos. No obstante, las concesiones con este lenguaje audiovisual son pocas, y el producto se sostiene –en su mayoría- cinematográficamente.
Aunque aún no adelanta fechas, Cueva prevé que el filme podría estrenarse en el circuito comercial el próximo año.
Rocío Carpio
rcarpio@telegrafo.com.ec
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