martes, 19 de mayo de 2009

ESTE MALDITO PAIS EN CINES

Proyecciones en Quito, Guayaquil y Manta
Del 20 al 31 de mayo de 2009
SALA ALFREDO PAREJA
(Cinemateca Casa de la Cultura)
DEL 20 AL 24 DE MAYO
17h00 y 19h30
CINE OCHOYMEDIO
(La Floresta y Tumbaco)
DEL 22 AL 31 DE MAYO 2009

Detalle de horarios Cine OchoyMedio
Quito:
La Floresta
Del viernes 22 al domingo 24, 21h15
Lunes 25 y martes 26, 19h00
Miércoles 27, 16h30
Jueves 28 y viernes 29, 19h00
Sábado 30 y domingo 31, 21h15
Ventura Mall Tumbaco
Martes 26, 19h00
Viernes 29, 20h00
Sábado 30 y domingo 31, 17h00

OTRAS CIUDADES
Maac Cine Guayaquil
Miércoles 27 y jueves 28, 19h10
Maac Cine Manta
Del jueves 28 al sábado 30, 19h30

UN ESPACIO DE DIALOGO CON EL DIRECTOR
LA ESCUELA DEL ESPECTADOR
OchoyMedio Tumbaco (Ventura Mall)
Martes 26 de mayo a las 19h00

domingo, 3 de mayo de 2009

Entrevista en www.ahoraenquito.com

Escrito por Santiago Estrella
Domingo, 17 de Mayo de 2009
Juan Martín Cueva y su “Maldito País”

El amarillo, azul y rojo pintado en una pared, sobre este símbolo pasan personas anónimas de todo tipo, indios, negros, mestizos, grandes, chicos. Pasan todos con un nombre y una cédula que lo identifica, pero cuando en el Ecuador se habla de nosotros, no sabemos exactamente a qué nos referimos. Así plantea Juan Martín Cueva el tema de su película documental
ESTE MALDITO PAÍS, que se estrenó en el festival de Cine EDOC y que en los próximos días estará en salas de cine.

Conversamos con este alto realizador, pinta de gringo, refugiado en sus anteojos para darle vueltas a cada pregunta, para poner contextos que nos permitan conocer mejor su mirada sobre este país del norte de Sudamérica, este maldito país que se sigue construyendo.

¿Cómo se dio y se concretó la película?
Inicialmente ESTE MALDITO PAÍS era un proyecto un tanto disperso, no tenía título ni nada. Tenía algunas ideas pero no se lograban estructurar en un solo proyecto. En eso surge una convocatoria de la televisión de América Latina, en diez países, para que en cada país un documentalista hiciera un ensayo documental acerca de los rasgos característicos de cada población. Yo aproveché eso para “reciclar” algunas ideas que yo tenía y ponerle en el formato que ellos pedían. Resultado de eso es una versión de 52 de esta misma película, pero cuando estábamos editando en Brasil, hace un año, vimos con los productores, editores y amigos que era una pena cortar tanto el material que se tenía. Finalmente se cumplió con ese compromiso de 52 minutos, pero se trabajó este nuevo material, la película que se pasa en estos días, porque esperé para estrenarla en los EDOC.

¿Tendrá la película una gira por el país?
En realidad esta película tuvo un tratamiento al revés del acostumbrado, ya se ha pasado en varias ciudades, pero no quería estrenar todavía en Quito. Estuvo en Guayaquil, en Cuenca, en Riobamba y afuera en varios festivales.

¿Sobre los personajes, cómo se seleccionaron?
Fueron varios los personajes que se quedaron fuera, no porque sean malos o porque las entrevista no hayan estado buenas, sino porque a diferencia de la ficción, en el documental es en la edición donde se arma el sentido, si bien hay un guión, muchas cosas pueden pasar al llegar a la edición. Dos personajes que están en la película no estaban previstos en lo más mínimo. Héctor Flores, el indígena de Cotacachi, casado con la japonesa no estaba planificado, tenía una idea porque los conocía, pero no sabía que me iban a dar y en realidad paramos allí, camino al Chota, para ver qué pasaba. Finalmente a la gente le gusta mucho lo que aportan estos personajes.
Yo debo confesar que nunca tomé el toro por los cuernos en cuanto al asunto de que algunos personajes eran conocidos y otros para nada. En algún momento si me planteé y me pregunté qué hago. Aquí en el Ecuador si uno le ve al Jorge Enrique Adoum, sabe quién es él, pero afuera es distinto, la recepción es distinta. Afuera pocos, los entendidos en literatura saben quién es Jorge Enrique Adoum, y prácticamente nadie sabe quién es Lourdes Tibán, Jaime Guevara o Jaime Enrique Aymara. En Brasil me pasó que una chica que vio el documental dijo: qué bonito el viejito que habla, que sabio, y yo le dije se trata de uno de los principales intelectuales del Ecuador. Igual pasaba con Lourdes Tibán. Entonces la relación del documental con el espectador es distinta y por ello decidí dejar al final a todos estos personajes, al mismo nivel.

¿Qué argumentos te dejó ESTE MALDITO PAÍS en cuanto a la identidad ecuatoriana?
En el caso de mi documental planteo una serie de preguntas y por lo tanto no quería establecer una argumentación a favor de una u otra forma de pensarnos o describirnos a los ecuatorianos. Lo que formulo es preguntas sobre verdades que aparecen como incuestionables, pero que a mi me quedan dudas. La idea de la identidad basada en tres o cuatro cosas: la diversidad pero como un enunciado vacío y limitada a lo étnico; la cuestión de los símbolos patrios en esa especie de nacionalismo o patriotismo un poco vacío; pero en el fondo de todo eso veo una gran inseguridad, no solo de qué mismo es el Ecuador al cabo de muy poco tiempo de existencia, menos de 200 años, sino como un conjunto de poblaciones diversas que no creen necesariamente en una relación muy armónica entre ellas. En Cuenca me decía alguien, por ejemplo, “todo bien, todo chévere, la diversidad, pero ¡Qué tiene que ver el marica este con el asunto de la identidad ecuatoriana”. Eso te dice que hay un acercamiento a la noción de identidad solamente desde lo étnico, es decir, chévere que haya indios, negros, blanquitos, que hayan inmigrantes, pero ¿qué tiene que ver un homosexual dentro de todo eso?, cuando él mismo se describe: padre quiteño, madre riobambeña, de clase media urbana, quiteña, mestiza y yo creo que ahí están elementos fundamentales de nuestra manera de ser. No hay tanto argumentos en la película, sino cuestionamientos, yo quería poner una serie de temas sobre el tapete para que se debatan, pero tampoco quería hacer una tesis de antropología. Leí la crítica que hace el Xavier Andrade, en el catálogo de los EDOC, a varios documentales ecuatorianos, y me parece muy interesante. Yo estoy bien abierto a las críticas, pero me parece que no se puede leer un documental como se lee una tesis de antropología.

ESTE MALDITO PAÍS, el nombre por sí solo vende…
La verdad es que el título fue puesto con esa intención. No creo que sea fácil atraer a las masas, a los espectadores a las salas para ver un documental sobre lo que es ser ecuatoriano. Me parece que es un tema que puede repeler a ciertas personas, entonces el título tiene la intención de atraer y está funcionando. Es un título que te atrae o te cuestiona ¿por qué le ponen ese título?, pero logra llamar la atención.
En un festival de Estados Unidos el organizador me escribió y me dijo, chévere, lo seleccionamos, venga, pero me preguntó ¿no has pensado en cambiarle el título? Eso también pasa.

¿Qué va a pasar luego de esta película, vendrá el bonito país?
Yo creo que el bonito país está dentro del documental. Yo estoy dentro de otros proyectos. No tengo una expectativa desbordante con esta película, si tienen éxito y la gente va a verla y genera discusión, chévere; pero no pretendo que sea un éxito de taquilla, ningún documental ecuatoriano lo ha sido, e incluso para las películas nacionales de ficción es difícil. Te enfrentas a un circuito que está pensado, hecho, constituido para otro tipo de cine. Así que mejor que circule, como decía el Pocho Álvarez (con respecto a su documental A CIELO ABIERTO, DERECHOS MINADOS), mientras más se reproduzca, piratee y circule, mejor. A mi personalmente me parece que este y muchos documentales que están en los EDOC deberían ser objeto de interés, por parte, por ejemplo, de la televisión pública.
Ahora realmente estoy con un par de proyectos nuevos. Quiero hacer un documental mío, personal y otras cosas que tengo pendientes.

sábado, 2 de mayo de 2009

Otros dos textos sobre el documental

Nuevamente se escribe en la prensa y en otros medios acerca de Este maldito país... esta vez son Catalina León, en El Telégrafo del día 12 de mayo, y Claudia Reyes desde Chile.
Aquí los textos:

Historias e identidades
Catalina León.

¿Quiénes y cómo somos los ecuatorianos y ecuatorianas? Se pregunta Juan Martín Cueva, en su último documental Este maldito país. Se deslizan en la pantalla rostros y testimonios, procedencias plurales, fenotipos diversos, semillas de gentes de todas partes: el Lejano Oriente, el Mediterráneo oriental y occidental, herederos de los amores de negros e indias, homosexuales, descendientes de los pueblos originarios, intelectuales de piel oscura que revientan el estereotipo del sabio encanecido, de sexo masculino e ineludiblemente europeo. Vemos al mestizaje hispano-nativo, sin el cual es inconcebible la ecuatorianidad, y vemos también a compatriotas en la diáspora en pos del sueño que fuera negado por esta patria, la madrastra-que-arrastra.

La policromía captada por la sensibilidad de Cueva dista de la monotonía que hasta hace poco inculcaba el discurso oficial, reduciendo la ecuatorianidad al europeizante matiz “blanco-mestizo”. Los otros, los “negros”, los indios y muchas otras mezclas fenotípicas y culturales, cuyos nombres fueron proscritos, ocupaban un silencioso rincón en los relatos escritos, visuales y sonoros de la nación. Así, la nación ecuatoriana emergió con una historia cercenada, sobre una multitud de hijos e hijas del viento.

“Lo ecuatoriano tiene diversos efectos térmicos: de la selva, del magnetismo oceánico...”
Me ha conmovido la respuesta de Cueva a la añeja interrogación. El Ecuador crece con todos los colores de lo humano, con historias de dolor y generosidad, de amores que vencen las distancias, con voluntades que derrotan al destino y las prisiones, con la magia de las músicas que vibran en nuestros pueblos, entre la marimba y Bach. Historias que germinan en la selva, en el mar, en el páramo, en las florecientes riberas de nuestro Litoral. Lo ecuatoriano, entonces, se ve y se dice de muchas maneras, despide muchos aromas, trae a flor de piel las más diversas sensaciones térmicas: de la selva, de los valles y montañas y del magnetismo oceánico, de todo aquello que hace del Ecuador un país increíble. Los ecuatorianos y ecuatorianas somos todo eso, nos dice Juan Martín, una Babel de sueños y frustraciones, de injusticias, de formas de sentir la vida. Una Babel que nos duele: ¡Este maldito país! ¿Cómo fundirlo todo en el mismo crisol? ¿Y cómo se explican, ahí, la pobreza extrema y la ostentación, el conformismo y el exilio económico de millones, la diáspora de la orfandad?


Se me ocurre -¿o me lo sugiere Cueva?- nuestras heridas sanarán solamente, cuando podamos reconocer nuestra ascendencia diversa, “impura” y brillar con ella; cuando la alegría sea una posibilidad al alcance de todos y todos tengan derecho al orgullo, al recuerdo de sus voces ancestrales, a sus cuerpos; cuando nadie se avergüence de la sonoridad de su lengua madre.

Esta obra de Cueva es inquietante, inesperada y sin respuestas definitivas, un homenaje que brinda su autor a todos y todas. Se estrenará la obra muy pronto, en los “Encuentros del Otro Cine”, el cine reflexivo que busca las claves para la ciudadanía y para trascender e inventar formas nuevas y democráticas de ser nación.



Este Maldito País, un documental de Juan Martín Cueva
Claudia Reyes García

Si el hombre es lenguaje como sugiere Maturana, Este Maldito País es un poema de humanismo.
El cine para mi aún tiene que ver con el ritual de ir a una sala a ver la película escogida, ojalá un domingo de tarde y con la sobremesa del filme aguardando en un café o un bar. Pocas veces, como está, desempolvo mi DVD e inserto un disco compacto. Lo hago porque el director de la película fue amigo de adolescencia en ese “maldito país”. Porque ha sido gentil y generoso en enviarme una copia de su trabajo. Porque el pasado es, de alguna manera y tal como lo expresa Este Maldito País, lo único real que poseemos, aunque no pocas veces intentemos resistirnos a ese estigma de la vida de nosotros mismos y de los pueblos.


Ya he leído algunas críticas sobre este documental, todas muy buenas, carentes de “peros”, ausentes de “no obstantes” y liberadas de “sin embargos”. Bastante más adjetivizadas que sustantivas, es decir desbordantes de halagos. Este antecedente me inquieta, ¿qué tal si no concuerdo, si encuentro argumentos en contra de la tendencia del aplauso cerrado y de los honores rendidos? Me atraparía la obligada buena crianza de decir coloquialmente “que chévere tu docu, suerte y gracias”.

Veo Este Maldito país no una sino dos veces. La primera es tanto un profundo goce como un gran alivio. Es un excelente documental y para mi fortuna –la que comparto con todos quienes le ven- es intensamente literario. Desde esa premisa puedo explayarme a raudales iniciando por una propia interpretación del título. Maldito, en calidad de sustantivo en lugar de adjetivo, deja de ser una blasfemia y se convierte en un amor desbocado, en una incógnita que va revelándose y adquiriendo sentido de inmediato. Juan Martín Cueva ha producido una sucesión de relatos breves, interpretados por los propios protagonistas, no hay actores en el sentido clásico. Su documental es de de buena factura, sonido y sencilla pero suficiente y encantadora fotografía.

El cuestionar, cediendo a otros esa tarea, pienso que es la matriz de la trama. La búsqueda de la respuesta a la pregunta “qué significa ser ecuatoriano” está siempre presente, sin embargo, se van tejiendo historias que, sin separarse de esa línea argumental, abren espacios nuevos a la emoción.

No enumeré las personas - pues aquí no hay personajes maqueteados sino que testimonios espontáneos- que integran un perfecto racimo de distintas identidades, culturas, historias, orígenes, mestizajes, que en una visión global otorgan luces, no tanto en el sentido de la respuesta a qué significa ser ecuatoriano, sino más bien cada una en su independencia, de raza, de tiempo, de color, contribuye con una posición, muchas veces antagónica entre ellas, de su propia búsqueda y/o aceptación de su origen e identidad.

Como chasquis, en una sucesión de relevos coloridos, de rostros de trajes, desde indígenas hasta negros, intercalados por inmigrantes, sin generalizar sino que relatando singularmente su historia, convocan al espectador a armar su propio puzle.

Hay una armonía entre los espacios abiertos, tomas al aire libre, y locaciones cerradas, también entre los tiempos editados a cada uno de los protagonistas convocados a participar en esta producción. De esta manera se observa el espíritu democrático de Juan Martín Cueva plasmado en su obra. Tal como su huella literaria.
Comparto y me sumo a los aplausos de pie y a los honores que le prodigan los comentarios leídos.

Entiendo -y hasta envidio- esta búsqueda del sentido de pertenencia a una historia, a un territorio, desde las más diversas variables culturales y raciales. Amé (y amo) profundamente ese maldito país -de mi maldita adolescencia- lleno de variables, de contradicciones, de paisajes e identidades. Relevarlas, recordarlas, ponerlas en valor, construir un espacio de encanto y de reflexión, con todos o casi todos sus matices, sus contrasentidos y exponerlos en un excelente trabajo audiovisual, de tiempo, diálogos, inflexiones, fotografía y, naturalmente, poesía, es tremendamente significativo, no solo para los que intentan definir qué significa ser ecuatoriano, y que en ese intento han transitado desde el más profundo arraigo hasta la más sentida desesperanza, si no que para los espectadores allende sus límites, que sin la tarea de buscar entre los hijos del sol nuestros orígenes, podemos disfrutar liberados de toda angustia -o atrapados en ella- tan bella poesía humana de Este Maldito País.

Claudia Reyes García